domingo, 14 de marzo de 2010

Salvados por la campana



Llevaba una semana siendo muy buena y haciendo deberes, trabajando y cuidando de mis ancianitas, que ya estaban mejor. Conseguí esquivar sus preguntas, aunque ni yo misma entendía el porqué de mi silencio acerca de mi “huída” de España. Y seguía mirando al teléfono como una psicópata, pero seguía sin sonar.

Anna me había dejado varios post-it alrededor del teléfono (y alguna que otra trampa) para evitar que llamase a Alex. Tuve 3 entregas bien gordas aquella semana, pero siempre mi mente, mis ojos y mis manos (o las 3 cosas a la vez) se dirigían al teléfono. La resistencia fue heroica, pero acabé marcando su número y salió el contestador, así que ahora tenía la certeza de que Alex no quería saber nada de mí ahora que le había perdonado. Un final decepcionante, la verdad. Aunque tampoco estaba segura de mis verdaderos sentimientos.

Aun así, Anna volvió a dejar un post-it en el teléfono recordándome que no me abalanzara sobre el auricular cada vez que sonase, cosa que no pasaba a menudo. Pero no había dicho nada de la puerta, así que abrí muy rápido y ahí estaba él, guapísimo como siempre, oliendo a perfume y yo con mis pantalones de pijama y mi camiseta de Hello Kitty, pero sin la decencia de no llevar sujetador o algo asi, nada sexy, la verdad.

- Hola.
- Hooola – respondí yo. No podía dejar de pensar en mi ropa, de hecho, me miré un par de veces a ver si adquiría superpoderes o algo así y podía cambiarme la ropa, hubiese renunciado de buena gana a tener control atmosférico o ser el ama del magnetismo con tal de cambiar de aspecto, pero no.
- ¿Puedo pasar?
- Ooooh, sí claro, claro, pasa, pasa… - eh, no estaba hablando en francés, verdad? Bien por mí!

Así que ahí le tenía, con sus vaqueros, su culo prieto, su camiseta gris y sus estupendos antebrazos esperando a que le dijese que se sentara.

- Siéntate, por favor. ¿Quieres tomar algo?.- de eso tenía, una gran provisión de Coca-cola para los trabajos.
- Vale, una Coca-cola. – Buen chico, le traje unas aceitunas de propina.
Afortunadamente, mi casa estaba limpia, con lo que me evité también esa humillación.
- ¿Y a qué debo el placer de esta visita?
- Oh, había venido a ver a Doña Aurora y decidí pasar a verte.- ooooh, gracias, qué amable! ¿Ahora tengo 75 años?
- Bueno, pues aquí estoy, liada con trabajos y eso.- como si le hubiese importado en todo este tiempo lo que había hecho, él tenía su perdón ya y eso le bastaba.
- Siento no haber llamado antes, me robaron el móvil y no tenía tu número…- sí, claro, “te mandé un mail y no te llegó…”, pues podías haber llamado para preguntar mi número si lo querías! Vale, es muy de loca psicópata, pero mi pijama de Kitty se ponía a la defensiva, qué quereis que os diga.
- Bueno, apúntalo si quieres, pensaba que tenías el de casa.- no le dije que le había llamado y el teléfono estaba operativo, ni siquiera me molesté en decirle que le había pillado en una mentira.
- Gracias.

De nuevo, silencio incómodo mientras tecleaba mi número en su nuevo móvil.

Bebí otro sorbo de coca-cola y me tomé una aceituna mientras el señor se decidía. No se lo iba a poner fácil, que quereis que os diga. De hecho, me levanté a partir queso y todo.
- No sabía qué decirte, la verdad.
- Hijo, no me des estos sustos, que tengo un cuchillo en la mano y casi me quedo sin dedos!
- Perdona.
- ¿Y qué no sabes qué decirme?- la tensión me estaba matando.

Me miró, suplicante, no tuve piedad de él.

- Creo que no empezamos con buen pie. No te conté cosas que te tenía que contar ni tu tampoco me has contado nada de tu vida amorosa y con todo lo que ha pasado no sé si querrás que seamos amigos…

Mi mirada fue lo suficientemente significativa. Significaba PELIGRO DE MUERTE.

- No, no es eso… me gustabas, me gustas, de hecho, pero no sé si quiero que estemos juntos.

Se estaba poniendo la soga el solito. Mi pijama de Kitty y yo esperábamos una respuesta.

- Mira, tú te vuelves a España; nos hemos enfadado mucho. Bueno, tú más que yo y no quiero que esto sea sólo acostarnos y ya está.

Le salvó el teléfono, aunque, como por fin había interiorizado el mensaje de Anna, no le presté atención.

- Está sonando el teléfono.
- Lo sé.
- No deberías cogerlo.
- Se supone que no debo llamarte…

Llegué justo a tiempo. Era Anna, hecha un mar de lágrimas. No la entendí porque hablaba en alemán.

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