jueves, 28 de enero de 2010

Interludio


Por fin Doña Aurora estaba en casa. Al final, todo había quedado en un susto (uno muy grande) y las cosas parecían volver a la normalidad: sus hermanas y yo nos turnábamos para cuidarla y así yo las vigilaba a todas, que se me habían quedado en los huesos de los nervios y el susto. En la universidad empezábamos los exámenes y la gente ya no marujeaba, porque estábamos todos de los nervios y hasta arriba de trabajo y en el trabajo mi rutina volvió a ser la misma.

El accidente de doña Aurora sirvió para que yo me centrase más, me hiciese un horario para turnos de limpieza (obviamente, no tengo el afán de limpieza de una anciana italiana)y aprovechando la tranquilidad en casa de doña Aurora, repasaba y hacía los trabajos con una eficacia que no me había visto yo en la vida y la tranquilidad de un monasterio medieval (eso sí, sin pasar frío).

El tema de los hombres estaba aparcado a un lado. Tras aquella conversación en que Alex me contó lo que pasaba con su exnovia (la asquerosa), no habíamos podido hablar mucho. El había empezado las prácticas en un banco y estaría de exámenes y yo no tenía ganas de tener una conversación más larga con él... bueno, no tenía claro si le quería ver o no. No quería dar un paso más con él, no sabía si él me iba a pedir compromiso y si iba a querer, pero tampoco sabía si él decidiría ser sólo amigos y a mí eso me iba a hacer gracia. De todos modos, si pasaba de mí, no le culpaba, es terrible tratar con neuróticas.

El uno por el otro y la casa sin barrer.

- Y esos suspiros, querida, ¿a qué vienen?

Sin duda, debía haberme quedado perdida entre líneas y haberme quedado en las nubes pensando en mi situación sentimental o en mi no-situación sentimental, ñañaña.

- Es que me he quedado atascada en una reflexión personal que me han mandado, Doña Aurora. - mintiendo así no me iba a ganar la vida.

- Ya, claro- unos espléndidos ojos azules me contemplaban detrás de unas gafas de media luna, apenas distraída mi queria (y cotilla) ancianita de su labor de punto.

Pues sí, quiero que me llame, jo.

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