martes, 30 de septiembre de 2008

Regañina y masas de pizza


Han pasado 2 días desde la cita con Alex.

Cada hora que pasaba me siento más tonta. ¿Porqué había sido tan seca? ¿Porqué no le había contado nada de mi vida pasada? ¿Porqué no había sido yo misma? Me sentía fatal por el pobre chico, porque se lo había hecho pasar mal sin que tuviese culpa alguna y, sobre todo, por mí, porque estoy cerrada en mi misma, porque no soy capaz de expresar ninguna emoción correctamente y ahí voy por la vida, de reina del hielo, de tía segura de sí misma, de mujer liberada que no necesita nada más que una barra de labios y laca del pelo para sobrevivir.

Doña Paola está en mi cocina, con su pelo rubio perfectamente peinado, sus enormes ojos azules y sus labios pintados. Su mirada es otra desde que nos conocimos, parece que la tristeza que la cubría se ha tornado en otra cosa. Aún hay sombras en su mirada, todavía conserva ese dolor que le acompañará siempre y ha adquirido un cinismo que no pega nada con su dulzura natural.

Estamos haciendo pizzas. Más concretamente, me está enseñando a hacer masas para pizzas. No me están saliendo mal, pero es que doña Paola las hace que parecen casi hojaldre, y así no puede ser.

- Deberías llamarle y disculparte.

Miro a aquella anciana adorable con sorpresa.

- Venga, Nuria, no te hagas la tonta, quieres volver a ver a ese chico, pero sea lo que sea que no me quieras contar, cuéntaselo a él o escríbelo en un papel y tíralo al río o lo que te dé la gana, pero no te encierres en ti misma, no te hagas una vieja con tu edad, por lo que más quieras.

- Quizá tenga razón, doña Paola.

- No quiero que me dés la razón, quiero que hagas algo de una vez o esta pandilla de viejas se va a morir de aburrimiento.

No hay comentarios: